Tecnoestrés: cuando la tecnología nos agobia y no nos hace bien
El tecnoestrés, la exposición a la tecnología y la falta de habilidades para gestionarla puede producir fatiga, estrés y ansiedad

El tecnoestrés ha aumentado durante la pandemia.
Sientes que la tecnología se te rebela. El móvil no carga cuando quieres, el documento de PDF no se abre cuando esperabas, una ventana te ha aparecido en el navegador y no sabes qué es… A veces nos sentimos muy inútiles frente a una pantalla y nos desesperamos. Esa desesperación tiene nombre: tecnoestrés.
No es un concepto nuevo. De hecho, surgió inevitablemente cuando la informática empezó a extenderse entre la población. Sin embargo, esta frustración se ha acrecentado durante la pandemia, ya que nuestra exposición a la tecnología ha aumentado también.
Desde que el virus llegó a nuestras vidas y lo puso todo patas arriba, absolutamente todo pasa por el mundo virtual. Abrazos, trámites burocráticos, deberes de los peques o la compra: cualquier acción diaria se refleja en una pantalla o una aplicación.
El concepto de tecnoestrés está directamente relacionado con los efectos psicosociales negativos del uso de las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Fue acuñado por primera vez por el psiquiatra norteamericano Craig Brod en 1984 en su libro «Technostress: The Human Cost of the Computer Revolution». Lo define como “una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable”.
Salto al vacío
Así es, falta de habilidad. A muchos nos cuesta entender cómo funcionan las “maquinitas”. Sabemos que hay códigos, que todo son ceros y uno al fin y al cabo, pero no terminamos de entender qué quieren de nosotros.
Los profesionales que de la noche a la mañana han tenido que adaptarse a lo digital son los que han padecido esta situación especialmente. Hablamos de una generación o sectores hasta ahora no muy familiarizados con la informática: Profesores que a las puertas de su jubilación han pasado a dar clases a través de Zoom, compartir documentos o usar herramientas hasta ahora desconocidas; restauradores o propietarios de pequeños negocios como peluquerías o bares, donde han tenido que saber hacer códigos QR para mostrar sus cartas de servicios; repartidores, personas mayores…Los ejemplos son múltiples.
En todos ellos se puede producir el tecnoestrés. Además, el Ministerio de Trabajo alertaba no hace mucho de que la implantación de estas tecnologías reduce el contacto personal, una afirmación obvia, ya que es precisamente eso lo que se ha buscado en plena pandemia. Sin embargo, esto se ha traducido también en falta de apoyo social, sobre todo de tipo emocional. Empatizo ha intentado estar ahí durante este difícil periodo.
Alerta el ministerio de que las empresas deben facilitar los mecanismos para que las personas puedan exponer los problemas que les supone un cambio en su manera de trabajar, en las habilidades requeridas para el desarrollo de la tarea, de manera que les facilite la adaptación al cambio.
Desconectar es saludable
El tecnoestrés es un término «cajón de sastre» que alberga diferentes tipos específicos de tecnoestrés, como por ejemplo la tecnoansiedad, tecnofobia, tecnofatiga o tecnoadicción. Así, el tecnoestrés también se vive a través de la infoxicación, es decir, la intoxicación por exceso de información.
Durante la crisis sanitaria hemos vivido más pegados que nunca a la actualidad. Horas y horas de telediarios, y radio, y Twitter y Whatsapp, entre otras plataformas. Todo para mantenernos conectados. Queríamos saber qué estaba pasando. Y hacerlo en tiempo real.
Pero esta hiperconectividad pasa factura. Aumenta los niveles de ansiedad y estrés, dos alteraciones que nos acaban afectando a la salud. Por eso, saber apagar los móviles y alejarse de la tecnología de vez en cuando es uno de los mejores cuidados que le podemos ofrecer a nuestro cuerpo.
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